En estos momentos difíciles, convulsos, de incertidumbres y dudas por los que estamos pasando, es fácil caer en el desánimo, la apatía o incluso en una cierta desidia. Muchas de nuestras expectativas, objetivos y proyectos, se nos han caído como un castillo de naipes. El mundo educativo encerrado en sus casas, el cultural barrido del mapa. El futuro, incierto, se nos presenta como una losa pesada, como una niebla que no nos permite ver más allá del hoy. Casi sin quererlo, aparece lenta, pero persistente, la desmotivación.
Es por esto que, a través de este artículo, me gustaría hacer algunas reflexiones (unas propias y otras de algunos prestigiosos autores), sobre “La Motivación”. ¿Qué es? ¿Qué la despierta? ¿Qué la alimenta? ¿Dónde buscarla? ¿Cómo no perderla? Docentes, alumnos, músicos, la necesitamos y más en estos momentos. He aquí algunas claves.
Estar motivado significa tener una representación anticipada de la meta, la cual nos arrastra a la acción. Es tener ganas de hacer algo. La motivación es el resultado de tres ingredientes:
MOTIVACIÓN = deseo + expectativas + facilitadores.
La fuerza del deseo, las expectativas (la valoración del premio) y la acción de los facilitadores (hábitos, esperanza de conseguirlo, creencia en el éxito, etc.) constituyen la motivación, las ganas de actuar. Cuando alguno de esos elementos se debilita, cuando el deseo mengua, o cuando el premio no es atractivo o sentimos que la meta deseada es imposible, la motivación disminuye.
Estos tres ingredientes de la motivación nos enseñan el camino:
El primero es el deseo. El deseo de conocer, de explorar, es algo habitual en los seres humanos. Los niños, por ejemplo, lo hacen a través del juego. Sería estupendo que nuestros alumnos tuvieran deseos de estudiar, pero con frecuencia no es así. Los deseos son conciencia de una necesidad (saber que para mejorar necesito de una práctica diaria) o anticipación de un premio (si estudio sé que alcanzaré reconocimiento por parte de los demás o conseguiré un trabajo que me interesa mucho). Por eso, para motivar a alguien debemos activar una necesidad o prometer un premio.
Decía Rousseau: “Dad al niño el- deseo de aprender y cualquier método será bueno”.
Y Celestín Freinet: “No pretendas que beba agua un caballo sin sed, vete a trotar con él y él solo beberá agua de tu mano”. Hay que provocar el deseo.
Pero cuidado, y esto es importante, la motivación se diferencia del simple deseo porque incita a la acción. A veces tenemos deseos vagos que son meros espejismos porque no acaban de concretarse en proyectos. Pertenecen al mundo de los sueños. Un sinónimo de la palabra pereza es desidia que deriva de la palabra desiderium, es decir, deseo. Quien se mantiene siempre en el campo del deseo, sin pasar a la acción, sufre una especie de pereza.
El segundo factor de la motivación son las expectativas, es decir, el objetivo, el premio, la meta, que debe atraer y enlazar con el deseo. El incentivo incendia el deseo, lo dirige. ¿Qué hacen los expertos en publicidad para vender sus productos? Nos lo presentan de una manera seductora. Nos hacen pensar que ellos van a satisfacer alguna de nuestras más profundas aspiraciones. Vamos a ser más guapos, más eficaces, más admirados, más queridos. El cerebro produce una sustancia llamada dopamina(relacionada con el placer), no sólo cuando tiene una recompensa, sino cuando anticipa la recompensa. Esto es fantástico, porque nos lanza hacia el futuro.
El tercer ingrediente de la motivación son los facilitadores. Factores que animan a la acción o que la facilitan. La destreza, la confianza en uno mismo, la seguridad en que se va a alcanzar la meta, la resistencia que el entrenamiento proporciona. Especial importancia tiene el encontrar alguna satisfacción en la propia actividad. En este nivel influyen poderosamente las creencias que tenemos acerca de nuestra capacidad para enfrentarnos con los problemas, la resiliencia.
¿Dónde buscar la motivación? Se ha demostrado que los “Proyectos” son unos instrumentos muy eficaces para activar la motivación.
Progreso= proyecto + entrenamiento.
Hacer proyectos es una fantástica capacidad de la inteligencia que nos permite dominar de alguna manera el futuro, darle sentido. Mediante ellos, nos seducimos a nosotros mismos desde lejos. En la escuela se ha demostrado la eficacia de una educación mediante proyectos, que dirijan la atención y el interés de los alumnos y del profesorado. Tú estás aquí, la meta está allí, el problema está en cómo pasar de un lado a otro. Si no hay proyectos puede pasarnos como en el cuento de “Alicia en el país de las maravillas”:
- ¿Cómo puedo salir de aquí? - preguntó Alicia.
- Eso depende de adonde quieras ir. – respondió el gato.
- Me da lo mismo.
- Entonces no importa el camino que cojas. – dijo el gato.
“No hay buen viento para quien no sabe a dónde va”. Ni bueno ni malo. El rumbo es el que nos permite dar sentido a nuestra acción. Y el rumbo lo fijan nuestros proyectos.
Debemos elaborar proyectos (también en estos tiempos), e implicarnos, porque de esa manera damos sentido a la acción, podemos seleccionar mejor los medios y evaluar sus progresos. Cuando nos planteamos un proyecto, imaginamos algo que aún no existe, pero que nosotros podemos hacer que exista.
Comenzamos a considerar nuestras propias acciones como un medio para alcanzar un fin. Adquirimos la voluntad y la habilidad para dedicarnos a una tarea el tiempo suficiente para conseguir nuestros deseos y poner el acento en la tarea favorece la resistencia frente a las distracciones. La planificación nos ayuda a dirigir mejor nuestros objetivos y a tener más confianza en nosotros mismos.
“Somos lo que somos, más las posibilidades que encontraremos dentro de nosotros”.
José Miguel Azorín Marco (Profesor del Conservatorio de Música de Murcia).